martes, 25 de febrero de 2014

Nunca antes de la víspera

Fotografía de Gonzalo Gaviño Romero
Hace noches que la observo, ella aún no lo sabe. No se puede dormir. Acomoda la almohada. Abre los ojos y mira las sombras de su habitación. Mientras, espero...
Hace noches que no quiero cerrar los ojos pues mi mente se quiere escapar de mi cabeza. La siento diluirse, fragmentarse  y hacer presión. Creo que es mi hora, muero; entonces pienso: no mien-
tras esté durmiendo. Entro en pánico. Logro razonar y suplanto las palabras por una melodía. Engañé mis pensamientos...
Hace noches que las observo. La primera está equivocada, la segunda también. Aún no lo saben, hay que darles tiempo. 

domingo, 16 de febrero de 2014

Plena


Preparó la habitación de su niño con caracolas marinas, colores pasteles y puntillas. La roció con gotas de arena y sal. La iluminó con la iridiscencia del sol. La cuna, de madera pintada de blanco, ubicada en el mejor lugar y al lado, para poder mirarlo con sus anhelos soñados, un gran sillón. Lo esperó nueve meses y al fin lo tiene pegado a su seno:  manito de rosa, carita redonda perfumada de besos y rulos castaños de hilos de seda. Lo acaricia. Lo acuna. Le murmura viejas palabras de espumas oceánicas, mientras él bebe que bebe todo su ser. 





lunes, 10 de febrero de 2014

Y le juro

Fotografía de Mariano Gaviño Romero 
Y fue lo último que escuché: ¡Anaaa! Y  la "a" quedó rebotando como pelotas en el patio del colegio, con ese repicar hueco y cada vez más cortito. Y después viró a un zumbido que se incrustó en una de mis dendritas; y ¡zas!, se desparramó a todo el cerebro. Y aún persiste allí, así: zzzzzzzzzzzz.  Y fue en ese instante que me arrancaron de un tirón, hacia atrás; me aspiraron con una rapidez que no se parece a nada. No...  No, tampoco...  Ni siquiera a eso. 

Le juro y le vuelvo a jurar que desde ese día tengo vértigo. 

lunes, 3 de febrero de 2014

Cambio de vida

Aunque no lo creas llegué a esta ciudad en un vuelo de dos semanas. Sí: 14 días y 14 noches. Recalé con la lengua fuera, las patas entumecidas y los ojos secos. Me sentía morir. ¡Y  sin un lugar para acurrucarme! Picoteé algo, lo suficiente para no desmayarme y provocar mi propia muerte, al azar, por algún distraído. Ya repuesto me refresqué en una fuente, ¿podrás creerlo? Me habían dicho que esta ciudad es de locos... puro cemento, vidrios, autos, bocinas; y escasos árboles. Igual partí. Volé. Me vine.
Hoy heme aquí, sentado contento en la rama donde construí mi nido.