miércoles, 14 de octubre de 2015

Lo que puede ocurrir en un campo de maíz silvestre


        Mujer asesinada en la chacra de los Romay, decía el titular en la primera hoja del diario. Un escozor involuntario me subió por la columna, pues era la tercera víctima hallada en lo que iba del mes. La noticia, igual que las otras, abundaba en detalles. Mujeres jóvenes, con la ropas deshechas, con laceraciones profundas y alargadas, con los miembros descuartizados siempre en el mismo lugar, a la misma altura, pero no en las coyunturas de las articulaciones como lo hubiera realizado un sabedor del tema (un carnicero o un cirujano) sino por lo más grueso de los brazos y las piernas. Prendí el plasma y mientras escuchaba el noticiero vespertino, me fui a duchar. 
—"Los investigadores están desconcertados y las pruebas de la última autopsia indican las mismas características que la anterior. Se desconoce el arma homicida, al parecer es un objeto filoso de cuatro puntas. Pueden ver los gestos horrorizados de los vecinos. Disculpe señor. ¿Usted conocía a la víctima? 
—No, pero fui yo quien la encontró.
 — ¿Me podría decir el lugar exacto donde la halló muerta?
—Ahicito nomá, entre el maizal.
— ¿Cerca del camino?
—A metros, por donde cercó la policía, enfilando pa' estos lados. Segurito que buscaba salir al camino, pero no llegó...
— ¿Usted cree? ¿Por qué lo dice?
—Por como estaba... como potranca asustada, el cuello alargado y la boca desencajada.
—Gracias. ¡Inspector, inspector! ¿Podría hablar un minuto con usted?
—No.
—Es sólo una pregunta, ¿encontraron algo más?
—No.
       — Es evidente que el inspector está ocultando algo. ¿Se dieron cuenta que casi me empuja? Sí, Santos, te escucho.
—Marcela,  averiguá si tienen miedo.
—Sí, Santos. Disculpe señora, ¿estos asesinatos, le provocan miedo?
—Y, sí, a una se le ponen los pelos de punta; encima el Ramón dice que el maizal estaba aplastado como si le hubiera pasado un arado, pero de eso no hay ni una sola huella. 
— ¿De algún otro tipo? ¿Botas, zapatillas? ¿De algún animal?
—El Ramón dijo que vio una grande...
— ¿Ramón es quien la encontró?
—Sí, señora, usté recién habló con él. 
— ¿Una huella grande, de qué?
—De un animal, pero no sabe de cual porque por aquí solamente hay vacas, caballos, perros, gatos y chanchos.
— ¿Usted que cree?
—No sé.
— ¿Y usted señor?
— ¿Yo?, creo que el Ramón se tomó unos tragos de más, ¡dónde se vio una huella de tal tamaño!
—Sí, ¡dicen que es enorme!
— ¡Y que es muy extraña!
—A mí me dijeron que nunca se vio algo así.
— ¿Están seguros? Hasta ahora no se ha dicho nada de esto...
— ¡¡Sí, sí!! ¡Nosotros no mentimos! ¡Somos gente de campo! ¡Es la verdad pregúntele a Ramón! 
—Santos, así están las cosas. Como puede ver se han enojado. Tal vez sea el miedo, el desconcierto o la incertidumbre. Hasta ahora no se había hablado de esto. ¿Será cierto? Y si es así, ¿por qué no salió a la luz antes? La historia parece increíble, pero la reticencia del inspector da qué pensar.   Santos, nosotros nos quedamos por acá a ver si podemos hablar con Ramón, testigo clave de esta historia extraña y escalofriante. ¿Estaremos enfrente de un fenómeno insólito y anormal?..."
Las piernas me ardieron al secarme, y las miré; todavía estaban frescas las heridas. No recordaba con qué me las había hecho; parecían lesiones de ramas, alambres o uñas. No lo podía recordar. Me vestí, me cubrí la cabeza con la gorra y salí a la calle. La ciudad estaba oscura, era día de apagón.


      Caminó por las calles y esperó el micro; viajó sin saber a donde hasta que una sacudida le recordó las heridas en sus piernas. Se bajó en las afueras de un pueblo y se internó en otro sembradío de maíz silvestre. El olor dulzón agudizó sus sentidos, la brisa leve del verano refrescó su piel peluda. Escuchó las risas de unas niñas. Se agazapó. Cantaban: "juguemos en el bosque mientras el lobo no está. ¿Lobo estás?" Las altas varas temblaron y un viento pegajoso las aplastó, rechinaron dientes, crujieron huesos y las voces de las niñas callaron. 
          Previo a que la sangre humedeciera las ropas hechas girones, las niñas vieron una sombra que las rodeó con la lentitud de una respiración. Hubo un segundo de duda, de tensión y con un sonido indescriptible se les abalanzó con rapidez. Esa cosa humana y animal olfateó los cuerpos, tembló, lamió los desgarros  y con una lejana señal de tristeza en sus pupilas enfrentó los rostros muertos de las niñas. Había sido más fácil que las veces anteriores.